jueves, 17 de marzo de 2011

A nadie le amarga un dulce.

El Mezzanine de Massive Attack cayó en mis manos hará unos ocho años, en el 2003. Llegó acompañado de varios piercings, gafas nuevas y ese “nadie me entiende” de todo adolescente que hoy en día tendría un regustillo emo inconfundible. Me creía super mayor, pero aun estaba muy verde. Tan verde que cuando fui a ver a Massive Attack ese mismo año, todavía me trastocaba el olor tan característico de la María.

Había tonteado con Radiohead por mis primos mayores, pero necesitaba algo más. El cuerpo me pedía energía. Así, pasé de ser un atentado de alternativo a un Grunge en toda regla, que trasteaba con el Heavy, tonteaba con los Cure más oscuros y no le hacía ascos al Stoner. Tool, Nine Inch Nails, Helmet, Smashing Pumpkins… Pasando por Alice in Chains, Queens of the Stone Age o Metallica.

Me abría mi propio camino. Y era guay. Aunque a veces fantaseo con dejarme a mí mismo una nota, del Pablo de casi venticinco al Pablo de diecisiete, diciendo: “Querido Pablo, saca la cabeza del culo”. Y es que Robert Smith sólo hay uno.

Son mis raíces y no me avergüenzo de ellas. A día de hoy sigo siendo en algunos aspectos el mismo chaval. Quizá un poco más cafre en lo que a música se refiere (con los años, a veces uno necesita tralla para descargar la mala hostia de lo cotidiano), pero que disfruta con cosas más suavecitas en determinados momentos. Y las aprecia. Muchas veces me veo pasando canciones en el I pod mientras paseo y parece que todavía esté en bachiller. Y eso me quema.

Lo digo porque el otro día, el viernes pasado, estaba solo en casa sin perspectivas de “salir a jugar con los amigos” y me di un paseo por el I tunes: no encontraba nada que me hiciera sonreir y querer bailotear. Nada. Mi colección de música es algo así como el frigorífico vacío de la autoestima.

Y fue entonces, cuando trasteando en Youtube, me encontré con ese tema. El tema, no cualquier tema. Sencillo. Tierno como el corazón de un tomate. Con una letra que según escuchaba, me hacía sentir más identificado. Sin quererlo, ya estaba moviendo los pies, como poseído,  invitado por sorpresa a una fiesta en la que tienes perspectivas de ligar. La canción era Hey Julie de Fountains of Wayne. Sin dejar de mover el cucu, me dije: “Esto tienes que compartirlo”. Y me puse a trabajar.

Se tarda horas en hacer una buena recopilación. ¿Habeís visto el final de Alta Fidelidad? Bueno… Hay normas, subidones y bajadas, quiebros… Puede que algún día le dedique un post a ese tema. Amaneció, y ahí seguía, Gin Tonic en mano y con el cenicero al rojo vivo, en pleno parto.

Igual que John Cusack en la última escena de la peli, tenía una labor importante entre manos: una recopilación que hiciera a mi novia sonreir. Ella ha sido la que me ha enseñado que la música alegre no deja sordo y que la ropa de color no muerde, ni destiñe. Merecía la pena algo así. Hoy hacemos año y cinco meses, por cierto. Y sin duda, hoy iré al trabajo escuchando la pieza clave de la recopilación, Hey Julie. Sintiéndome arropado.

Gracias, Vero.

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