lunes, 4 de junio de 2012

Osos


Llevaba tiempo imaginándome la sensación. Y al principio o a mitad de camino, pensaba que sería algo parecido a lo que dicen de la gente que ha salido de una larga temporada en cautividad o del oso que sale de su jaula y se enfrenta a un campo abierto. Lo cierto es que no me encontré dando vueltas en círculos, medio perdido. Encendí un cigarro y eché a andar. Y puede que el mayor regalo fuera pasar por recepción, pagar y decir que no habría una próxima cita, ni un próximo mes. Se había acabado.

Han sido casi cuatro años. Con gente que ha ido y venido, amistades que se han erosionado, desaparecido o comenzado. A veces reales, otras ficticia. La verdad, es que las que menos echas de menos son aquellas que podías tocar. Aquel octubre, un joven tiro por la borda mucho de su talento, de su juventud… Y las perspectivas de seguir adelante eran nulas. Ya era difícil que aquel chico en sus ventidos largos encontrara voluntad suficiente para atarse los cordones si no se lo ordenaban, como para pensar en relaciones sociales “normales”, un trabajo o seguir estudiando. Sobra decir que aquel joven, a pesar de todo, era yo. Y que ese yo ha cambiado de manera tangible.

Es hoy, pasados los días de esta despedida, cuando os puedo decir que a pesar de todo, de las dificultades, de las circunstancias que a veces daban miedo (no entraré en detalles. Los más cercanos las conocéis), no me arrepiento de nada. Todo ha servido en su medida. En los primeros pasos de este recorrido, me preguntaba, “¿Si sales de ésta, volverás a ser el mismo?”. Lo dudaba. Y ni se me ocurría que pudiera superarme lo más mínimo.

Nunca puedes hablar de curarte o no curarte. No es tan sencillo y no se trata de curar una infección o acabar con un dolor de cabeza. No es una gripe. Se trata de echarle huevos, nada más. Y desde el momento en que encuentras el valor, el recorrido puede llevarte por muchos falsos atajos y senderos llenos de ortigas. Pero la meta es la meta.

Aprendes. La primera lección es que no suele haber fechas. A mí, unos meses, tres o cuatro, me llevaron hasta el pasado miércoles. Aprendes a no juzgar. Para empezar porque la gente no entiende y no quieres que se te juzgue a ti. Al final, quienes no te juzgan son quienes te valoran y puede que esa sea la única enseñanza que no tiene precio en todo ésto. Estima de verdad a aquellos que te quieren.

Esta fecha de caducidad ha tenido muchos nombres. Mis padres, desde el principio. Amigos y hay un buen puñado. A veces un “¿Cómo estás?” sirve para desenmascarar esa mentira solitaria que se esconde en las dos palabras y nueve letras de un “Estoy bien”.  Los que se atreven a dudar son quienes importan. A Vero, que ha sabido darme fuerzas desde las primeras peleas y que me ha enseñado que uno (y dos) puede(n) si de verdad lo quiere(n). Desde el principio ha sido el axioma y la prueba. Y llevar un número tatuado en el brazo es sólo una marca de todos los ases en lo más profundo de mi conciencia.

Esta ¿Carta? ¿Confesión? ¿Defensa? Tiene un convidado de piedra que lee y escucha desde el principio y al que hoy quiero poner nombre. Se llama Nacho y ha escuchado a todas las cartas de mi baraja. Las malas jugadas y los órdagos que llevan sucediéndose desde aquella visita en otro despacho y otras circunstancias. Porque eres un verdadero profesional. Sólo por grabarme a fuego y meterme en la cabeza que es posible. Y joder, lo mereces.

Volviendo a los osos, os diré que aunque no conozco si el mito del cautiverio es cierto, si que sé que muchos entran en hibernación. Y que tras el crudo invierno y un largo sueño, salen de sus cavernas con sed y ganas de comerse la primavera. Hoy sé que no existe más drama en sentido romántico en nuestras vidas, que los colores que queramos darle a nuestros días. Y gracias a eso, tengo grises. Hoy sé,  que tal vez conozco más el espacio interior que el exterior. Pero puedo explorar. También sé, hoy, que el miércoles terminé un capítulo. Y hay mucho que decir.