Llevaba tiempo imaginándome la sensación. Y al principio o a mitad de camino, pensaba que sería algo parecido a lo que dicen de la gente que ha salido de una larga temporada en cautividad o del oso que sale de su jaula y se enfrenta a un campo abierto. Lo cierto es que no me encontré dando vueltas en círculos, medio perdido. Encendí un cigarro y eché a andar. Y puede que el mayor regalo fuera pasar por recepción, pagar y decir que no habría una próxima cita, ni un próximo mes. Se había acabado.
Han sido casi cuatro años. Con gente que ha ido y venido,
amistades que se han erosionado, desaparecido o comenzado. A veces reales,
otras ficticia. La verdad, es que las que menos echas de menos son aquellas que
podías tocar. Aquel octubre, un joven tiro por la borda mucho de su talento, de
su juventud… Y las perspectivas de seguir adelante eran nulas. Ya era difícil
que aquel chico en sus ventidos largos encontrara voluntad suficiente para
atarse los cordones si no se lo ordenaban, como para pensar en relaciones
sociales “normales”, un trabajo o seguir estudiando. Sobra decir que aquel
joven, a pesar de todo, era yo. Y que ese yo ha cambiado de manera tangible.
Es hoy, pasados los días de esta despedida, cuando os puedo
decir que a pesar de todo, de las dificultades, de las circunstancias que a
veces daban miedo (no entraré en detalles. Los más cercanos las conocéis), no
me arrepiento de nada. Todo ha servido en su medida. En los primeros pasos de
este recorrido, me preguntaba, “¿Si sales de ésta, volverás a ser el mismo?”.
Lo dudaba. Y ni se me ocurría que pudiera superarme lo más mínimo.
Nunca puedes hablar de curarte o no curarte. No es tan sencillo
y no se trata de curar una infección o acabar con un dolor de cabeza. No es una
gripe. Se trata de echarle huevos, nada más. Y desde el momento en que
encuentras el valor, el recorrido puede llevarte por muchos falsos atajos y
senderos llenos de ortigas. Pero la meta es la meta.
Aprendes. La primera lección es que no suele haber fechas. A
mí, unos meses, tres o cuatro, me llevaron hasta el pasado miércoles. Aprendes
a no juzgar. Para empezar porque la gente no entiende y no quieres que se te juzgue
a ti. Al final, quienes no te juzgan son quienes te valoran y puede que esa sea
la única enseñanza que no tiene precio en todo ésto. Estima de verdad a
aquellos que te quieren.
Esta fecha de caducidad ha tenido muchos nombres. Mis
padres, desde el principio. Amigos y hay un buen puñado. A veces un “¿Cómo
estás?” sirve para desenmascarar esa mentira solitaria que se esconde en las dos
palabras y nueve letras de un “Estoy bien”. Los que se atreven a dudar son quienes
importan. A Vero, que ha sabido darme fuerzas desde las primeras peleas y que
me ha enseñado que uno (y dos) puede(n) si de verdad lo quiere(n). Desde el
principio ha sido el axioma y la prueba. Y llevar un número tatuado en el brazo
es sólo una marca de todos los ases en lo más profundo de mi conciencia.
Esta ¿Carta? ¿Confesión? ¿Defensa? Tiene un convidado de
piedra que lee y escucha desde el principio y al que hoy quiero poner nombre.
Se llama Nacho y ha escuchado a todas las cartas de mi baraja. Las malas
jugadas y los órdagos que llevan sucediéndose desde aquella visita en otro
despacho y otras circunstancias. Porque eres un verdadero profesional. Sólo por
grabarme a fuego y meterme en la cabeza que es posible. Y joder, lo mereces.
Volviendo a los osos, os diré que aunque no conozco si el
mito del cautiverio es cierto, si que sé que muchos entran en hibernación. Y
que tras el crudo invierno y un largo sueño, salen de sus cavernas con sed y
ganas de comerse la primavera. Hoy sé que no existe más drama en sentido
romántico en nuestras vidas, que los colores que queramos darle a nuestros
días. Y gracias a eso, tengo grises. Hoy sé, que tal vez conozco más el espacio interior
que el exterior. Pero puedo explorar. También sé, hoy, que el miércoles terminé
un capítulo. Y hay mucho que decir.