Una cosa te lleva a la otra. Llega el momento en el que
tienes suficiente rodaje como para que una anécdota facilona o un disco muerto
de risa en el escritorio te lleve a recordar algo. Y ese “Algo”, tiene todos
los boletos para ser una batallita que ocurrió hace mucho tiempo. Me pasó a
principios de agosto, con los diez años desde mi visita a Irlanda. Hoy traigo
otro décimo aniversario.
Corría febrero del 2002 cuando me presenté con mi padre en
Donosti para ver a Joe Jackson en el Kursaal. Todavía estaba en el cole (dos
días más tarde tenía un examen de Naturales que me tenía cagado de miedo). En
Pamplona aun existían instituciones como el Lumière, Circus o Chaston. El
gustillo de los graves del bajo en el estómago era casi comparable a la
rebeldía de estar un martes fuera de casa a horas en las que debería estar
haciendo deberes.
¿Y a santo de qué? ¿Con que permiso irrumpe en
esta cabeza mía este primer concierto? A santo de descargar “One more time” y recordar que fue un bis
aquella noche. A tus dieciséis piensas, “Ojalá viera más de éstos”. Aquel
bautizo no tuvo pirotecnia ni grandes pantallas. Era un concierto chiquitín e
íntimo. Con el tiempo aprendes que lo que está hecho con mimo merece más la
pena.
Coges tablas, maneras y vicio. Antes de escribir he
intentado poner una cifra a todos los bolos que he visto y me he perdido. Hay
paradas en estaciones Pop de todos los
pelajes, Rock, Rock Duro, Heavy, Heavy más
que Heavy, Jazz, Electrónica, música
delicada, música sin escrúpulos…
Poco me faltó para ponerme al día. Conservé esa complicidad
con mi padre que nos llevó a J. Cale,
Robert Fripp o Elvis Costello, Nick Cave and The Bad Seeds... A experimentos raros de Muse y Suede. No
importaban los kilómetros o días de escuela y Uni. Al final, los kilómetros nos
han hecho mayores a los dos. Mi madre también se subió al coche para ver a Jagger
y compañía o a R.E.M. Con ella vi a PJ Harvey en Londres. Para mí no dejan de
ser raíces y eso cala hondo.
Entre tanto, muchos momentos grandiosos. También grandes
chascos de “artistas” sin ganas dispuestos a amargar al personal. Espinitas
clavadas que te susurran “Si hubieras visto a tiempo a tal grupo…”, “Si hubieras nacido antes…”. Eso
lleva a meriendas descafeinadas de dinosaurios que ahora tienen la vergüenza de
llamar reuniones. Conciertos vergonzantes en los que te sorprendes perdiendo el
culo por una chica. Conciertos pasados
por agua…
Bowie sin aparecer en
Bilbao por problemas del corazón. La borrachera infecta tras mi segunda vez con
Nine Inch Nails. Aquella peli de Buñuel que fue mi Summercase 2007 en
Barcelona. Tres Metallicas y sus tres Depeche Modes (con tres encarnaciones muy
distintas de mi mismo y sus respectivas compañías).
Se me ha escapado la lagrimilla más veces de las que me gustaría
admitir. Sólo he dado cabezadas con el vinagre de Van Morrison. Moratones de
primera fila, horas de viaje y de cola bajo soles de justicia, broncas con fans
recalcitrantes que dicen que les has quitado el sitio… Todo cuenta y todo vale.
¿Quién sabe? Puede que un día yo sea el viejo, como en la canción de Neil Young…
¿Veis? Otro que me dejaba.
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