lunes, 2 de julio de 2012

De vuelta a Oz, con paradas en el tiempo...


Escribo muy entrada la noche. Puede que sin sueño o por la vida de cangrejo ermitaño, con la casa a cuestas, de los últimos días. Tal vez por las dos cosas, aunque hoy duerma en mi cama. Pero es que esta madrugada viajo en el tiempo.

Y un poco mareado, de paseo en un agujero de gusano, hago paradas. Paradas en lo reciente y en lo lejano. En lo obvio y en lo borroso. Aunque siempre teniendo presente que todo tiene relación.

Para la primera marca en el tiempo no tengo que retrasar mucho el reloj. Estamos a viernes, hace tres días, y con tu operación todavía reciente. Un cirujano te dice que pareces triste, que tus ojos son tristes. Y no es para menos. Lo que grita todo lo padecido en treinta y siete días no es tu cuerpo. Son tus ojos.

Vuelvo unos cuantos viernes atrás, cuatro, cuando tus ojos no estaban preocupados, sino que dejaban un rastro de lágrimas de tu casa a Madrid con un falso final y un mes largo de incertidumbre y días eternos. Y nadie mejor que tú sabe, que en una habitación de hospital, el tiempo, es un concepto muy relativo.

Un salto mortal y me planto en 1939, con Judy Garland cantando a ese lugar más allá del arco iris por primera vez cuando se estrena El Mago de Oz. De ahí a 1973, con Pink Floyd reinventándose Oz en The Dark Side Of The Moon.

Décadas más tarde, Irki, la hija de unos amigos de mis padres ve a la bruja del oeste derretirse en el salón de mi casa con la fascinación y el morbo de contemplar algo que acojona entre sus manos de cuatro años, que le ocultan la cara.

Y puede que mientras esa cinta de video con El Mago de Oz, corría allá por los primeros noventa, en mi antigua casa, el futuro de Syd Barrett, antiguo miembro de Pink Floyd, ya estuviera sellado. Syd no piso la cara oculta de la luna. Al menos directamente. Y murió solo, diabético, triste y loco hace seis años.

Vuelvo a la víspera de tu tercera y definitiva hospitalización y trasteando con la guitarra, fantaseo con un blues sórdido sobre la bruja del oeste. Y me encuentro con otro tornado que se llevó mi casa, como la de Dorita de Kansas a otra parte.

Y ese tornado me lleva a dormir en una habitación devastada, con tus recuerdos, tus fotos, tu ropa, tu perra Laika... Tu olor. Y a la que se le ha arrancado lo más importante: escuchar tu respiración mientras descansas. Como ese veintiuno de mayo, con la sensación heladora de recoger nuestras cosas del cuarto humilde de ese hostal del que yo me largaba y en el que había empezado tu infierno privado horas antes. Este último viaje quema por dentro.

Y de vuelta a mi habitación me pregunto: "¿Ha pasado todo eso?" Y la respuesta es: claro, la prueba es que a día de hoy sigues en el hospital, descansando y recuperándote. Y que a pesar del incordio, de las noches de sillón, el coñazo de las tomas de temperatura a deshoras y a veces a traición o del ronroneo de la máquina de nutrición asistida, todo, susurra una misma palabra: victoria. Y has ganado.

Sin querer volver a viajar más, por hoy, vuelvo un momento la cabeza y veo a Syd Barrett de nuevo, a unos pasos. Y creeme si te digo, que mi dolor no ha dado las mismas puñaladas tangibles que el tuyo, pero también he sufrido.

Sufrí con verte sufrir, a veces, sin necesidad. Y ese dolor, cariño, también es muy fuerte. Lo suficiente como para haberme sentido caer en las mismas manías del bueno de Syd y haber estado a punto de perder mi tan preciada cordura en ocasiones. Lo suficiente como para acunar unas cuantas pesadillas.

Pero la señal de que todo vuelve a su sitio es muy sencilla: paso a paso, caminas otra vez a lo habitual. A la ausencia de dolor. Yo no me volví loco. El conjunto nos ha hecho duros. Y ahora somos más fuertes.

Ahora, con un caparazón duro, seguimos adelante. Syd me dice adiós con la mano y vuelve a su sitio. Y estoy seguro de que esta misma noche, tus últimos problemas ya están haciendo la maleta.

Pienso en el equipaje: casi tres años de recuerdos, una cifra en mi brazo derecho y un futuro por hilar. Todo se mantiene. Y un día, cuando volvamos a viajar a este punto, no veremos una carretera secundaria que nos desvío del camino. Será el bache que no pudo con nosotros.

1 comentario:

Saioa dijo...

Sin palabras. Bueno sí, una: FUERZA.