lunes, 27 de febrero de 2012

La mano del Rey Carmesí


Durante mi adolescencia tardía y los primeros años de la Uni dormía muy mal. Tenía pesadillas muy fuertes. Procuraba quitarle hierro al asunto. En aquel momento no era nada dramático, sencillamente era mi condición de aquel momento. Podía dormir, descansar mal un par de horas y después irme a clase.

Solía componer y escribir de noche y cuando por fin cerraba los ojos, soñaba con crímenes terriblemente crueles. Las imágenes eran muy vívidas. Algunas veces, los protagonistas de estas pesadillas ni siquiera hablaban idiomas que conocía. A veces, me quedaba la duda de si aquello que hablaban era algo que había podido oír en la calle o sencillamente un galimatías convincente producto de mi imaginación.

No me apetece sincerarme con vosotros sobre este asunto. Sencillamente era virulencia en estado puro. Si habéis leído el prólogo de El Exorcista de Blatty o visto una película del género Mondo, os podéis hacer cargo. A veces escribía sobre mis sueños, otras los dibujaba y muy pocas veces, los utilice como material para hacer música. Pero me harté.

El problema llegó con la “Sobriedad”, cuando supuestamente estaba bien y volvieron estos sueños terribles. Quizá no tenía la piel tan dura como en aquel momento. Me afectaban mucho. Sencillamente eran como una gota de tinte en un vaso de agua. Hacían echar a perder el resto de mi día y de mi descanso. Y no había escape creativo posible. No era capaz, ni me atrevía.

Hoy por hoy, sigo teniendo momentos extraños muy de vez en cuando. Ahora no me dan miedo, pero sí me hacen pensar. Y tras mucho darle vueltas, he llegado a la conclusión de que el demonio es el  mejor escritor fantasma que puede existir.

No creo en el Bien o el Mal como fuerzas. Creo que hay gente buena, que deja su huella y en el Mal con matices. Es algo que viene de serie. De esto último nadie se libra. Todo el mundo ha actuado en un momento u otro con mala fe. Quien diga lo contrario miente. Y la conciencia es una pistola de gatillo fácil. Tarda más en encasquillarse que el orgullo.

De nuestros malos actos hacemos nuestro Darfur personal. Desde el jardín de infancia al retiro. Los guardamos en ese rincón de fracasos ordenados de minúsculo a mayúsculo. Luego se pasean en nuestros sueños. Camuflados.

No me entendáis mal, yo nunca he matado a nadie a pesar de lo que pude soñar. Vuestras manchas, son sólo vuestras y no le conciernen a nadie salvo a vosotros. Somos el poli corrupto y el santo pecador. Eso es lo que nos hace interesantes. Sentíos orgullosos de vuestros mejores pasajes. Vuestros mejores capítulos. Los habéis escrito vosotros. Pero no olvidéis dejar un par de líneas a la mano roja. Es la que corrige y pule vuestra historia.

1 comentario:

Eduardo dijo...

Es al final por medio de esos momentos en los que hemos actuado mal y reflexionado lo que ha permitido que aspiremos a ser mejores personas, esa cajita que yace escondida donde guardamos cosas que nos da verguenza recordad la que nos motiva (cuando hay consciencia y humildad) a ser ahora algo mejor de lo que fuimos.

Cómo siempre acertadisimo! un abrazo!